Este es el mensaje que han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.
¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu.
Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo.
Queridos hijos, apártense de los ídolos. Amén.
Cuídense de no echar a perder el fruto de nuestro trabajo; procuren más bien recibir la recompensa completa.
Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente.
Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad.
Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?
¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? —le contestó Jesús.
Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros.
Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.
No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá.
Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.
Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.
Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—.