Los leoncillos se debilitan y tienen hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta.
¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti!
¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu.
Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice?
El Señor cumplirá en mí su propósito. Tu gran amor, Señor, perdura para siempre; ¡no abandones la obra de tus manos!
¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!
De esta manera mostraré mi grandeza y mi santidad, y me daré a conocer ante muchas naciones. Entonces sabrán que yo soy el Señor.
¿Quién es Dios, si no el Señor? ¿Quién es la roca, si no nuestro Dios?
Yo soy el Señor, Dios de toda la humanidad. ¿Hay algo imposible para mí?
Y una voz del cielo decía: «Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él».
¡Qué grande eres, Señor omnipotente! Nosotros mismos hemos aprendido que no hay nadie como tú, y que aparte de ti no hay Dios.
Una sola cosa le pido al Señor, y es lo único que persigo: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y recrearme en su templo.