Porque no fue su espada la que conquistó la tierra, ni fue su brazo el que les dio la victoria: fue tu brazo, tu mano derecha; fue la luz de tu rostro, porque tú los amabas.
El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.
¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti!
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse.