Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse.
Tú, en cambio, predica lo que está de acuerdo con la sana doctrina.
De esta manera mostraré mi grandeza y mi santidad, y me daré a conocer ante muchas naciones. Entonces sabrán que yo soy el Señor.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca».
Vengan, síganme —les dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres.
Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de este crucificado.
Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.
Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.