Porque no fue su espada la que conquistó la tierra, ni fue su brazo el que les dio la victoria: fue tu brazo, tu mano derecha; fue la luz de tu rostro, porque tú los amabas.
Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil.
El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor.
Pues, así como cada uno de nosotros tiene un solo cuerpo con muchos miembros, y no todos estos miembros desempeñan la misma función, también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás.
Hacia ti extiendo las manos; me haces falta, como el agua a la tierra seca. (Selah)